Significado:

"Ahora mismo, el ser humano, debe hacer un gran esfuerzo en comprender y aceptar los fundamentos por el cual, la energía sigue su propio proceso; el proceso del pensamiento. Pues como ya hemos visto, parece ser, que no solamente la Tierra es una escuela en donde nosotros vivimos, sino que, además, es la galaxia el lugar por el cual, los seres que procesan dimensiones perfectas, aprenden y se desarrollan, investigan, viven, aman, mueren y se transforman, intentando adaptar su forma física a mayores y mejores formas por donde la luz, se pueda manifestar cada vez con menores inconvenientes".


Hulupa D´hära VI. Adhams y la doncella.

Los libros Hulupa D´hära, son el producto de la canalización telepática a través de las Huestes del Plano de la Luz, en colaboración con la Fraternidad o Confederación Cósmica y Universal. Su difusión debe ser gratuita, ya que, nos pertenece a todos por derecho de nacimiento.

Estas seis historias, nos corresponden como legado mismo, habiéndose perdido su singladura a través de los tiempos. Para entender el conocimiento que nuestros Hermanos del espacio nos quieren transmitir, deben ser leídas ordenadamente.

Así mismo, quedan reservados los derechos al autor de la obra.

sábado, 20 de agosto de 2011

Cien yardas tras la huida.

Estaba claro. Hoy no era uno de esos días en los que se pueda decir, que uno se siente del todo bien. Pero al menos; estaba vivo. Y me encuentro mejor tras comprobar que aún contengo la pieza arqueológica robada a unos ladrones. -Dijo Bernard mientras se palpaba la pieza en el interior de un bolsillo de su abrigo. Mientras, se tambaleaba en el interior de la cesta de un globo en medio del mar. -Claro que, os preguntaréis cómo he llegado hasta aquí.
   Mi curiosidad me ha traído. Soy arqueólogo por accidente. Bueno, soy corredor de rallys, y me he hecho arqueólogo, durante un viaje a Egipto. Un viaje que duró hasta el día de ayer mismo.

   Todo marchaba a las mil maravillas, pues quedé hipnotizado al ver de cerca las estatuas y pirámides extendidas por la meseta de Gizeh. Ya había contactado con varios buscadores de reliquias y que, conocí por casualidad,. tomando un brandi en el salón del Hotel Abdabur, el cual, me alojaba junto a mi esposa. Que por cierto, todavía se estará preguntando por mi situación actual. ¡Qué fastidio!. No sé si habrá valido la pena, pero claro que, la estatuilla lo vale en peso. Eso es algo que lo sabré mejor cuando vuelva, y lleve la reliquia al Museo del Cairo, el cuál, ofrece la mitad de sus ganancias. Entonces, estoy seguro de que mi vida cambiará. La estatuilla es de oro macizo, y en ella,  se representa lo que parece ser un Dios con cabeza de pájaro. Si esta estatuilla es tan valiosa y se trata de un amuleto, debería darme suerte. No tardaré en saberlo, pues el globo parece que está llegando al final de su trayecto. Y lo peor de todo es que, lo va a hacer antes de llegar a tierra firme. En otras circunstancias, dejaría soltar algún amarre para conocer la distancia que me separa del suelo -bueno del mar-. Pero ni siquiera tengo cuerda con la que medir. Me he desecho de todo, con la aférrima certeza, de ganar varios centímetros de altura. Así que, con lo único que cuento, es con lo que llevo puesto. Mi única esperanza, es terminar vivo mi trayecto hasta llegar a tierra firme.

   Tuve suerte al escapar en la persecución de una cuadrilla de ladrones que había saqueado mis excavaciones sobre el desierto de los reyes. Esto sucedió mientras dormía y que, curiosamente, fue a la hora en que los saqueadores se desenvuelven mejor. Pasando la media noche, a la sombra del acecho.
   Pero fue una acorazonada, la que me hizo que me dirigiese allí a primera hora de la mañana.

   Entonces, observé cómo salían corriendo en cuánto les alcé la voz. Menos mal, que iba acompañado de un par de nativos colaboradores y que, pudimos coger a uno de ellos. Era justo el que portaba la estatuilla. Otro portaba una vasija, y otro, una piedra tallada con inscripciones. Creo que no tenía mucho valor comparada con la estatuilla. Mis compañeros nativos, al ver lo que habíamos recuperado, me suplicaron que les pagase por sus servicios en ése mismo instante. Querían cobrar sus salarios, ya no solamente por haberles despertado temprano, sino, por haberles hecho correr e intervenir en una sucia pelea con sus paisanos, que aunque ladrones, también eran nativos. Como allí no tenía nada que darles, me pidieron la estatuilla, por lo que me negué en rotundo. Agachado y haciendo peso con mi cuerpo, todavía forcejeaba con uno de ellos, el cual, habíamos atado sus manos por la espalda. Él observaba nuestra discusión y que, aprovechó la ocasión para levantarse, propiciándome un empujón, dándose así a la fuga. Lo perseguí, el resto, se involucró en la persecución dejando un torrente de polvo tras nuestro paso.
   No podía ser. Corriendo, íbamos a ir directos el mercado, esparramando y ganando a empujones un poco de terreno hasta que observé el globo. Esta debía ser mi oportunidad. Era uno de esos globos que se utilizan para que los turistas, pudieran ascender y ver las construcciones desde las alturas y que, tanto éxito había acaparado entre la alta clase social, hacia la mitad del siglo XX.
   Con la rapidez de un jaguar, saqué un machete que me acompañaba en el cinturón de mis modestos pantalones, agarré el amarre que lo unía al suelo y me introduje dentro. Nadie me había visto. Permanecí agazapado cortando el amarre. El globo se elevó, a continuación, corté la cuerda de un saquito de arena quitándome algo de peso. Al menos, me dio tiempo a realizar un gesto, a modo de saludo, sobre el aspa de mi sombrero y dirigida a mis perseguidores.

   La peor parte de la historia, venía ahora, cuando parece que la cesta de mimbre ha tocado fondo y comienza a hundirse. El agua, comienza a introducirse dentro de mis zapatos. ¡Qué lástima!. Sólo me debían faltar unas yardas para llegar a tierra firme. La noche anterior lo pasé de maravilla, con los pies por encima de mi cabeza dejándome arrastras por las corrientes atmosféricas, mientras que. con mi sombrero, me tapaba el rostro protegiéndome del frío y hasta de los primeros rayos solares. Pero ahora, parecía que era irrevocable que cayese al mar, atraído, cómo no, por la fuerza de la gravedad, sin ni siquiera tener la apremiante opción de poder hacerme una balsa que me mantenga a flote.
   Una bandada de gaviotas pasaron piando por encima mío, mientras, me mantenía sentado, hundiéndome, dentro de la barquilla. Ni siquiera me atrevía a comprobar la distancia que me separaba del mar, como si, estuviese esperando un milagro...

   El agua penetraba en su interior, se hundía. El globo se inclinó deshinchado, fofo y vencido por las corrientes de aire, atraído igualmente por la fuerza de la gravedad. Al fin, me alcé, abrochándome el abrigo y asegurando la reliquia en su interior. Preparándome, para hacer lo que en ése momento, parecía ser mi única salida; nadar. Lancé el sombrero a modo de disco volador, cuando de repente, vi que en contra de toda predicción y siguiendo la corriente de aire que me alejaba de mi sombrero, una isla, aparecía como escenario de mi próxima estación. Ésta debería ser Chipre. Alcé ambas manos en un arranque de energía, para luego, juntarlas en señal de agradecimiento a Dios. ¿O debería decir dioses?. Quizás la disposición de aquellos viejos dioses de Egipto, se habían inclinado a mi favor, o tal vez no. Tal vez, sea todo cuestión de superstición.



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