Ocurrió hace ocho años aproximadamente.
Había dejado atrás la estación de tren. Me hallaba cargando mi mochila y dirigiendo mis pasos a través de un sendero donde se suponía, me llevaría al pueblo en donde supuestamente vive un antiguo amigo. A menos que se halla mudado... Perdí su pista. Por lo que mi visita sería una sorpresa para ambos.
Cuando me hallaba a medio camino, busqué un lugar donde pasar la noche. Subí por el sendero a una serie de bancales hechos con paredes de piedra. Luego, a mi derecha, un pequeño muro sin alambrada. Derruido, viejo y abandonado. El lugar se hacía más inhóspito a medida que menguaba la luz del sol. Me senté en el pequeño muro. Giré mi cuerpo y observé la casa. No tenía ni puertas ni ventanas. Tétrica, vieja y ruinosa.
A escasos metros observé una sombra. Alguien se acercaba.
En cuanto lo vi; lo reconocí. Era Jesús.
Portaba una túnica beis y una tela anaranjada enrollada por encima del hombro a modo de bandolera. Su aspecto era pobre y desaliñado. Delgado. Andaba descalzo apoyado a un palo a modo de bastón. Sin titubear se acercó a mí.
-Hola. ¿Vives por aquí?. -¡Le pregunté disimulando!.
-Soy pastor.
-¿Conoces a la gente de la masía que viven en el puente justo antes de llegar al pueblo?.
-Puede. No me relaciono mucho con la gente del pueblo.
-Busco un lugar para pasar la noche. -Dije mientras miraba la casa con cierto desdén.-¿Conoces algún lugar un poco más acogedor?.
No me respondió, aunque continué observando la casa. Pues sabía que albergaba una trágica historia.
-¿Acaso te da miedo?. -Me preguntó sonriendo.
En ese momento desperté del sueño. Procesé la experiencia que acababa de tener y comencé a sentir amor y un sinfín de sentimientos positivos. Esto me hizo recobrar el valor perdido quizá por el desgaste en el hábito de llevar una vida ajetreada y competitiva. Ensombrecida por la persecución al logro y la oportunidad. Atrás quedaba una vida de ilusión, esfuerzo y sufrimiento.
Daba comienzo una nueva vida. Un nuevo amanecer. Daba comienzo un nuevo día.