Se cuenta que en cierta ocasión, hubo un grupo de agricultores que se reunieron para celebrar un concurso. Dicho concurso consistía en competir a ver quién podía ofrecer los cítricos más grandes y jugosos. Entre ellos, llegaron agricultores de comarcas muy lejanas que gustosamente acudieron al concurso.
Para sorpresa del jurado, las frutas mas grandes venían de tierras muy lejanas.
Una vez concluida la ceremonia, partió en secreto un pequeño grupo de agricultores hacia esas tierras, ya que, el objeto de todo esto era conseguir la obtención de las variedades más grandes y de mejor calidad.
Cuando llegaron y una vez hubieron hallado los cultivos, procedieron al robo de ramas de los naranjos, para luego, hacer los injertos y así, obtener esas grandes variedades en sus propios campos. Se cuenta que de camino de vuelta, mostraban las ramas a todos los viajeros que se cruzaron con ellos mientras reían y se mofaban de sus propias fechorías.
Después de hacer los injertos correspondientes y dar los primeros frutos, observaron que las naranjas, aunque eran grandes, tenían ciertas anomalías. Es decir, que contaban con una bacteria que ellos desconocían y que se habían traído de aquellas tierras lejanas en el interior de las ramas. Lógicamente, no podían luchar con algo que nunca habían tenido y que desconocían completamente. Sin embargo, para seguir experimentando solamente tenían una posible salida, que consistía en volver a aquellas tierras lejanas para ver como hacían allí para luchar contra ese tipo de plaga.
Se conoce, que al final de muchas luchas y tras obtener grandes variedades, aquellos agricultores nunca volvieron a ser los mismos. Se habían vuelto más brutos, vilipendiadores y desconfiados. Y desde luego, por todo lo que habían estado luchado, ello no les reportó ninguna felicidad. De ahí, el dicho de que el ladrón cree que todo el mundo es de su misma condición.
A veces, creemos tener el control de todo lo que acontece en la vida. Pero nada más lejos de la realidad. Pues Todos somos discípulos y así, experimentamos. Nadie es más que nadie, sino que cada uno está en su nivel de evolución y obtiene las experiencias que necesita para su propio aprendizaje.
A veces, tenemos la impresión de haber llegado al cielo, hemos besado las nubes y volvemos a la tierra para seguir sometiendo a lo que allí hay. Pero llegará un momento que algo o alguien nos pondrá en el lugar que nos corresponde.
A veces, juzgamos a los demás de ser culpables de nuestras propias acciones, pero al final, la vida se encarga de poner cada cosa en su sitio.
El camino no consiste en ser mejor que nadie, sino en estar libre del fruto de toda acción. Pero la decisión es nuestra.