Extracto de la última novela: Kübler. Sobre la ciudad del Templo Iluminado.

     Las olas rompían sobre la blanca arena, unas sobre otras y en perfecta armonía. Las nubes predominaron tornándose un ambiente húmedo y gris. La brisa azota mi rostro, aunque no me molesta, al contrario. Disfruto jugando y dejándome llevar por la naturaleza indómita e indescriptible del paisaje. Me siento libre y hoy, tengo motivos para celebrarlo. Pues en mi interior, un nuevo resurgimiento ha hallado su hueco entre la forma.
     Desde hacía un largo tiempo, en ocasiones, rondaba por mi cabeza la idea de cambios. Nuevos acontecimientos significativos que harían temblar las viejas estructuras vigentes, hasta hace bien poco. Pero no ha sido del todo así, sino que, ha sido por desgaste que se hayan dejado de usar. Nunca se sabe por donde va a sonar la música, pero sabes que la música existe, es real. ¿Tendré que cambiar la forma de influir sobre mi rango?. ¿Debería empezar a tomar cartas sobre el asunto y presionar para que las nuevas ideas surjan?. Cuanto más pensaba en ello, mas me daba cuenta de las cosas que deberían ser cambiadas. Sin embargo, la naturaleza sigue su curso. Y aquí me encuentro jugando con el viento, sin que su efecto me erosione el rostro.

     De pronto, el viento comenzó a azotar con más fuerza el cuerpo de Nedestor, haciéndole levantar, tanto sus barbas, como sus rizadas y negras melenas. Batiéndose en la arena, se esforzó por dar unos pasos más. Envuelto en su gruesa túnica azul oscura, dirigió sus pasos hacia su pesado vehículo de transporte terrestre, el cual, aguardaba en un lugar seguro para éstos menesteres. El aparcamiento, dotado de techo, lo protegía de la lluvia. Nedestor se encontraba próximo al mismo, por lo que, no tuvo que andar demasiado. Hoy tenía que disfrutar del día, y a eso había venido. El viento comenzó a disminuir, pero las nubes que corrían por los cielos, y los rayos vistos en el horizonte sobre el mar, daba a entender que se avecinaba una tormenta. De hecho, ya había comenzado a descargar sus primeras y minúsculas gotas.
     Puse el vehículo en marcha. Cercano a donde me encontraba, había un paso de acceso a la vía. Otros vehículos circulaban a gran velocidad. Luego, tres naves discoidales e iluminadas pasaron silenciosas, como lo habrían hecho una manada de gaviotas. Me volví a sorprender, inmerso en mis ideas. Si algún conocido se hubiese topado conmigo, seguramente pensaría, que éste tipo debe ser un poco raro.
     Cuando me puse en marcha, lo hice como si nada, pues si alguna vez me había sentido unido a la naturaleza de una forma nueva; era ésta.
     En ocasiones, es mejor tomar una postura adecuada antes que luchar contra corriente, por muy empeñados que estemos en conseguir nuestros leales propósitos.


     Muchas fueron las inclemencias y calamidades que tuvimos que sufrir juntos. Contaría con unos diecisiete brakers estando aún, en una edad comprendida entre la juventud y la madurez.
     Otro invierno se acercaba, posiblemente el último. Eso creíamos y así fue, pues la guerra finalizó en aquel braker. El viaje hacia Kübler se estaba haciendo francamente largo y agotador. Siempre huyendo, corriendo de aquí para allá, sin un sitio fijo donde establecernos por un tiempo más o menos prolongado y poder descansar. Sin a veces, poder encontrar la paz. ¡Una paz tan deseada!...
     Vivíamos al día. Dependíamos del medio y permanecíamos dispuestos a lo que Tuarin mismo nos podría ofrecer. Si encontrábamos un río, un lago o un arroyo, aprovechábamos para descansar, tomar agua y llenar nuestras alforjas. Si encontrábamos hierbas comestibles, frutos o vegetales diversos; los comíamos. Si hallábamos una cueva a nuestro paso por los riscos; allí pasábamos la noche. Incluso hacíamos un fuego dentro, tapando la entrada para no verse desde el exterior. Ésta era la única manera de quitarse el frío y la humedad en la que en ocasiones, llegaba a penetrar los huesos.
     El frío se hizo patente llegando las primeras nieves. Estuvimos recolectando hasta copar nuestra capacidad de transporte. Nos preocupamos, hasta cierto punto, de que el invierno no nos cogiese por sorpresa. Nada sabíamos del transcurso de la guerra, pues la radio, hacía muchos pérsidens que dejó de funcionar. Tampoco es que nos hiciera mucha falta saberlo, pues si lo quisiéramos saber, Emilián se pondría en contacto telepático con su Guía y le llegaría la respuesta. De momento, no había que derrochar energías en esas cuestiones, y había que centrarse en otras de mayor calado. Luego, supimos que en aquél frío invierno, se estaba gestando la mayor masacre acontecida en la historia de Tuarin. Ambas tropas rivalizaban entre sí, a ver cual de ellas, cometía mayores atrocidades. Emilián no daba crédito a lo que su Guía le transmitía.
     Recuerdo que en una ocasión -y para verificar el resultado de la información-, sacó un papel y utensilios de escritura, trazó un circulo y doce puntos sobre el mismo. Luego, comenzó a trazar líneas uniendo unos puntos sobre otros.
     -Cada punto sobre el circulo representa una constelación-. Decía-. Si ponemos atención, podremos observar que Tauro, Virgo y Capricornio, forman un triangulo. Se interpreta, que de éste cuadro de energías, tiene que surgir el amor incondicional hacia el prójimo, al igual que las correctas relaciones. El vórtice contrario a Tauro es Escorpio, representada por la crueldad de la guerra. Nos queda Virgo y Capricornio. La madre dará sus frutos a los hijos de los hombres, que son los que pondrán fin a la guerra. El ser humano, tendrá que vencer al deseo y llevar las buenas intenciones en la manifestación del amor.
     -Pero... ¿Cuánto más tendremos que esperar, padre?.
     -Me gustaría darte una respuesta a tu pregunta hijo. Pero me temo, que no puede ser así. Pues la situación, ya debería haber cambiado, ya que, hace unos diez brakers que entramos en Tauro...