Esta noche, podría ser la noche más larga de mi vida, la anterior ya lo fue y la otra. Pero hoy, tengo realmente miedo de la noche. Parece pues, que todo comenzó hace unos meses, cuando adquirí esta vivienda y me vine a vivir aquí; al barrio de San José, en Hospitalét. Mi nombre Isidro de treinta y ocho años de edad y natural del mismo pueblo.
Tardé unos tres meses en darme de alta de la luz. Nunca había estado viviendo solo, así que, me las tuve que arreglar para ocuparme en los asuntos de la vivienda. Una vivienda que más bien, parecía una caja de zapatos adosada a una finca de más de ciento cincuenta años de antigüedad. Claro que, se trataba del altillo y había transcurrido siete años desde que se marchó su anterior inquilino. El polvo, la humedad, junto con la estrechez de la vivienda, hacían añicos en el sano juicio de cualquiera que se hubiera dignado en instalarse bajo aquel extraño techo. Pero necesitaba la vivienda y parecía una buena ocasión.
Durante el tiempo que estuve sin luz -hasta que se pusieron en marcha tanto la compañía, el administrador, como el electricista-, los dediqué a hacer una vida normal, aunque comencé a observar ciertas anomalías que en un principio no les daba demasiada importancia, pero que luego, más tarde, cobrarían cierto rigor para futuras pesquisas. Durante determinadas horas, justo antes de las once de la noche y a la luz de un par de velas, se apreciaba un sonidillo tintileante, proveniente de una bandeja donde reposaban largos vasos de los utilizados en los cubatas, como si quisieran hacerse notar, chocándose ligeramente unos con otros. Éste fenómeno, se repetía unas tres o cuatro veces al día, durante unos minutos y a la misma hora. Y lo hacía hasta que llamaba mi atención. Al principio, casi ni me percaté, pero últimamente, ya parecía que lo estuviese esperando, a lo que alegremente agregaba: "¡Llegó la hora de la copa!", sirviéndome, a continuación, un merecido licor. Luego, cuando me iba a dormir, siempre oía lo mismo; algunos golpes provenientes del piso de abajo. Llegando a retrasar ligeramente el estado de mi sueño. Tampoco quise darle demasiada importancia. Probablemente, vendrían del piso que hay justo abajo, ya que, los golpes rebotaban en mi habitación coincidiendo en el mismo tabique.
La cosa cambió cuando llegó la luz. Fue como si de repente, me hallase de bruces con los adelantos del siglo XXI. Había días, en los que intentaba imaginarme cómo serían las personas que allí vivieron, comenzando con el inquilino más reciente, y terminando con el anterior, hasta donde llegaban mis conocimientos. Supe, que el anterior inquilino a mi llegada, se marchó dejando la casa amueblada, incluyendo libros, ropa y hasta efectos personales. Unos vecinos me dijeron que se había quedado sin trabajo. Otra vecina me dijo, que se había separado de su novio -lo que deduje que el anterior inquilino era gay-, y que al quedarse solo, partió hacia otro lugar. Otro vecino apuntaba -y era lo más coherente que oí-, que se quedó sin trabajo y que dejó de pagar el alquiler. Transcurrido un tiempo y por orden judicial, fué desahuciado, quedando depositadas dentro todas sus pertenencias. Esto explicaría porque la puerta de entrada a la vivienda aparecía forzada, como si hubiesen querido desquebrajar la armadura de toda la cerradura a golpes de martillo, provocando un prominente boquete en la madera, alrededor de la cerradura exterior. Mi deducción me llevaba a intuir que allí pasó algo, de lo cual; nadie sabía. O al menos, de aquellos vecinos con los cuales hablé. Mi versión era una visión diferente a lo que creo, que -según mis indicios- ocurrió allí, ya que, al parecer, el inquilino Pedro Romanes tuvo que marcharse, a todo correr, tal vez, por algo que vivió y que más tarde deduje. ¿Qué fue de los inquilinos anteriores a Pedro?. Ya nos tendríamos que remontar, al menos, a una quincena de años atrás. Curiosamente, nadie sabía nada. Sólo el vecino Juan -el del perro, amigo de un compañero de trabajo-, me indicó que allí vivía la portera. Una señora mayor, como única inquilina que habitaba la vivienda. De ella, no me supo decir gran cosa, pues aunque la conoció, parece ser, que murió en la más absoluta soledad. Al parecer, nadie sabía decirme de que forma o modo murió aquella desdichada mujer.
Curiosamente, justo sobre el suelo cercano a la puerta de entrada del único dormitorio que dota la estrecha vivienda, hay una mancha de la cual, aparece de un extraño color marrón óxido, sobre una de las desgastadas baldosas que forma el adoquinado suelo. Esa mancha, parecía que nunca se iba, por mucho que frotase con el mocho; allí permanecía.
Transcurrían los días y los meses desojaban el calendario.
En la taberna, me sorprendí dando vueltas con el pulgar sobre la superficie del vaso de tinto, en el sentido de las agujas del reloj. Luego, alcé el vaso y le dí vueltas al contenido, entonces, me vino a la memoria aquella inusual y fatídica mancha. Aunque me tranquilizó la idea de que se podría tratar de algún producto corrosivo proveniente del hierro, que provocó un óxido en aquel lugar. ¡Era todo tan extraño!. Ya eran cuatro, las noches que me hallaba sin dormir. Alcé la mirada con la intención de encontrar una cara conocida. Pero nada más lejos de mis intenciones. Ahora, no solamente que nadie me creería, sino que, ni siquiera encontraba a alguien a quien se lo pudiese contar.
Ya en casa, me tambaleé sobre la cerradura -algo extraño en mí-, pues nunca pasaba de una copa. Pero no era el vino lo que me había hecho tambalearme, sino, la fatiga mental, debida al excesivo enfoque del estado de la vigilia. Entré en la habitación y nada más desplomarme sobre la cama, se sucedieron los duros golpes en la pared, provenientes, supuestamente, del piso de abajo. Aquellos golpes que parecían estar propiciados con un objeto sólido, bien sea un martillo, piedra o ladrillo, o con un grueso tacón de un duro zapato. Se iban repitiendo noche tras noche, de forma agresiva, como si se tratase de un péndulo que día a día, va ganando terreno y empujando a su victima hacia el interior de una fosa, donde le espera su fatídica muerte.
Con la furia del que maneja una tempestad, bajé al piso de abajo. Aquella linda vecina, de mediana edad -pero aún atractiva-, a la que tantas veces había ignorado mis cartas, las cuales, depositaba por debajo de su puerta. Ella debía ser la causante de mi actual estado, pues esos golpes; aún martilleaban mi cabeza. Y como si tuviera un martillo por mano, toqué su puerta, a la vez que hacía uso de su afónico y desgastado timbre. Como era de esperar, la puerta se abrió de forma repentina. Discutimos a causa de la providencia de aquellos extraños ruidos, capaces de no cesar durante la noche, a lo cuál, insistió repetidas veces, que ella nada sabía de lo que estaba hablando. Y con los ojos con los que se mira a un loco, me cerró la puerta en las narices, quedándome desplomado e indefenso ante tales injurias. Entonces, probé con el vecino de abajo, pero el pobre, estaba enfermo y me aseguró que el dormía en el otro extremo de la casa.
Me volví a introducir en la vivienda. Mi estado anímico, se hallaba confuso "así es, como se debe sentir un desdichado mendigo, solo, indefenso e impotente" -me decía-. Pues ya lo había probado todo. Incluso había llamado a la policía. Lo hice la noche anterior. Me aseguraron que vendrían si se repetía tal incidencia, pero que me advirtieron de que más bien poco, o nada, podía hacerse al respecto, mientras ella no colaborase.
Esa misma noche, fue fatídica, pues la pasé como un candelero, despierto y con verdadero miedo. Ruidos por todas las paredes se sucedían una tras otra, incluido el techo, y ahí arriba, era como el arrastrar de una cadena. Me hallaba en medio de la pequeña vivienda, metido en un saco de dormir, e intentando conciliar el sueño. Pero mi cabeza no paraba de dar vueltas sobre el mismo asunto, sin encontrar en todo ello una explicación coherente. Ya lo tenía ¿cómo no se me había ocurrido antes?, tenía que ser eso. Resulta, que cabía la posibilidad de que la vecina de abajo, fuese una médium o espiritista, y que, se reunía con las amigas que tantas veces había visto, y que -me constaba que vivían juntas- para hacer espiritismo, y de ahí, venían los fenómenos, los cuales, me atormentaban cada noche. Claro, eso explicaría muchas cosas. "Entonces, de alguna forma, tal vez, necesitase ayuda" -pensé-. Y ahí, creo que la podría ayudar, tal vez, no me lo quiera pedir por falta de confianza. Tal vez así, podría ganarme su amor y su confianza. ¡Si verdaderamente fuese así, haría todo lo que fuera necesario por ella!.
Así fue como por arte de magia, comencé a ponerme en contacto con los espíritus que tanto me habían molestado... Pronto entré en estado de estrés, que se agravó por la falta de sueño, pues todos me hablaban a la vez. Unos habían muerto repentinamente, otros los habían matado, otros habían sido alcohólicos o drogadictos, mendigos o ladrones. Pero todos, querían ser salvos. Comencé con aquellos que más urgencia tenían, aquellos, que habían muerto de forma repentina. Me contaban a gritos -incluso llorando- su experiencia. Fue como si lo estuviesen viviendo en ese mismo momento. Era como pretender vivir con ellos, lo trágico de ser arroyado por un vehículo. O por ser muerto en manos de un grupo de agresores, como podrían ser miembros de la policía o del ejército, por hechos consumados como el robo a mano armada -eludiendo agresivamente a las autoridades-, así como, por estado de violencia declarada, como en el caso de una guerra. Uno a uno, intenté hacer que se liberasen. De vez en cuando, pensaba en mi vecina y lo agradecía. Pues creo que ella; debería sentirse satisfecha con mi colaboración.
Llegó el amanecer. Y ya había limpiado -literalmente- la casa con repetidas oraciones e invocaciones de poder. ¡Tenía que irme al trabajo!. Aguanté estoicamente la jornada y ya, por la tarde, intenté dormir, aunque sin resultado. Aquellos obscenos gemidos provenientes aparentemente de las mujeres del piso de abajo, me estaban llevando por el descarriado camino del descontrol. Ése era el ingrediente necesario que faltaba para agravar aún más la situación, la cual, me hallaba. Esto se confirmó, todavía más, cuando llegó la noche. Pues como venidos en manada, aquellos espíritus, se acercaron a mí. Se repitió la misma escena que la noche anterior. Ésta vez, fueron más, y se arropaban a mi alrededor buscando ser liberados. Otros en cambio, continuaban con obscenas ideas aferradas a las apetencias sexuales, muy alejadas de los ideales sobre la paz y la verdad, a una nueva realidad. Ya no podía más, llevaba cinco noches o más sin dormir. Mi cuerpo; débil y moribundo, no podía aguantar la tensión.
-¡Ni siquiera ha venido mi vecina para agradecerme nada!. En absoluto-. Con lo cual deduzco que debe ser todo mentira, es decir, que esta teoría derivada sobre el espiritismo ya no me vale, pero ¿qué me estará pasando?. ¿He sido victima de una extraña conspiración?. Eso parecía ser... Ya no lo resistía más. Ni tampoco daba para atender a mayores razonamientos, por muy lógicos que pareciesen. Tenía que poner fin a todo ello. Y lo tenía que hacer de inmediato. El fin estaba próximo...
Abrí el cajón donde se guardan los cubiertos, agarré el cuchillo más largo y dirigí la punta del filo hacia la boca de mi estómago. "Un poco más y habrá acabado todo" -me decía-. Cerré los ojos y lo introduje rápidamente, sintiendo un ardor nauseabundo en el estómago. Grité. Boquiabierto, eché la empuñadura hacia arriba. Debí morir a espasmos, retorciendo mi cuerpo en el suelo. Pero con una sonrisa, pues vi como un ligero hilillo de sangre que salpullaba desde mi boca, cayó justo encima de aquella mancha a la que tantas veces había intentado limpiar. Luego, noté que todos los espíritus a los que había estado tratando de ayudar me miraban. Estaban atónitos. Vi el terror reflejado en sus rostros. Entonces comprendí, que ya no estaba solo, sino que; ahora era el jefe de una banda de maltrechos rufianes, los cuales, se dedican a molestar a aquellos espíritus solitarios que son rechazados por una sociedad, cada vez más cruel y competitiva.
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